Me pregunto mi nombre y le dije que me llamaba Alicia. El dijo llamarse Ramiro.
Y me hizo la plática, se veía inofensivo. Pero olía muy mal, como a sudor, a orines, a suciedad de más de tres días y a hierba; pero no hierba fresca y rica; No. nada mas apestoso que la mariguana o lo que fumase. Sabes cómo soy de delicada con los aromas. Por no dejar, venia oyendo lo que me decía, que según él había conocido a la única chica que había amado antes gracias a una casualidad.
Léase equivocación.
Tal vez sea el destino. Me hablaba de eso y del plan diseñado y bla bla.
Si no hubiese yo leído antes a Cortázar (no sería yo) y me habría impresionado muy fácilmente.
Que es vegetariano y hay una marca de comida que se llama como su antiguo amor: Anita.
O sea ella se lama Ana; que no llego a conocerla bien. Era bonita e inteligente.
Le hubiera gustado conocerla más. Y me contó fue que la conoció: Justo un día que andaba por la merced y agarró una ruta alterna para ir a comer o algo así y la vio sonriéndole (a él) desde una ventana.
Pero como ella era bonita creyó que estaba jugando o iba a jugar con él dependiendo de la forma en la que veas el tiempo que realmente es relativo. O relativamente real. —Ahora no a no es tan delgadita y, —dice que según él siente que le hizo daño. —Ahora esta gordita, como que le agarro la depresión y como no le hacía caso se puso así: mal. Hasta de la cara; —e infló los cachetes. Fueron estas algunas de sus exactas palabras al relatarme la historia de su desamor. Y no es que me interesara, pero ahora que me siento más sola pongo más atención a la gente que me habla. Sobre todo a como hablan; no soporto las cacofonías, ni la sinestesia… Pero que él se sentía menos. Que no se sentía con el valor de decirle algo abiertamente.
Pues siendo ella tan bonita… en fin. Siguió con eso, narrándome con su voz pastosa cada vez que se daban picones entre ellos. Que un día en un evento de reggae se portó muy mal con ella.
Pues teniendo fama de Casanova (ah sí, claro) no iba a estar esperando a que Ana le hiciera caso, y pues como había otras dos (te digo un rompecorazones) y una se llamaba Diana se sentía atrapado y pidió una señal. Así en medio de su superstición algo le dijo Diana. Pero que luego que lo volvió a interpretar tal vez fue un Di-Ana. Quién sabe. Además había otra de la cual ya no me dijo nombre.
En fin el día del evento ese ella (Ana) estaba sola y él se fue con Diana para darle celos a la primera.
Al último ésta se enojó y se fue con otro. Con el que después se estaba besando. Así de descarada enfrente de él. Vaya que infantiles. Sin embargo apenas y yo decía algo él lo afirmaba como si hubiese dado con el hilo negro del mundo. Me miraba a ratos con atención y sus ojos pequeños y amarillentos parecían tener un poco de brillo. Me sonreía. Era un tanto más bajo que yo. Tenía barba hipiosa no muy larga, más bien como de unos tres días. No por estar muy abundante sino por estar muy descuidada. Su ropa no tenía nada que ver entre sí. Ahora que lo pienso así debían de verse lo ciegos de Saramago. (Yes, yes) le dije que lo entendía, que sabia como se sentía de solo y desesperado. Que solía sentirme igual y es justo cuando te das cuenta de lo que hiciste más y dices: ya prometo que voy a cambiar.
Que dices: ¿Cómo es que fui así de estúpido? Y también le solté un poco de mi choro.
Evitando mirarlo directamente a él. Así pues iba viendo hacia el frente y haciendo ademanes con las manos como cuando quiero expresarme mejor. Él no dejaba de mirarme, y no pude más con esa pesadez y voltee a verlo. Con un gesto entre sorpresa y gozo dijo que hablaba como si ya me hubiera pasado antes.
Si. —Varias veces?— pregunto mirándome fijamente.
—No— y negué con la mirada fija en el suelo; —sólo una y con eso aprendí.
Eso lo sorprendió más que cualquier otra cosa.
Parecía un conejito lampareado cuando llegamos a donde vivo.
Quería que le diera mi teléfono. Y pues tú sabes, le decía la verdad. Me acabo de mudar y eso.
—No tengo, —le explique. —Te doy mi correo, te lo apunto en tu periódico; —traía uno de esos del grafico o yo que sé.
—No tengo compu— dijo él. Luego armándose de valor añadió
—Paso por ti el sábado. (¿Sí?)
—Pero no creo que pueda salir. —Contesté yo sencillamente
— ¿Como a qué hora?— pregunto más sediento aún de un sí.
—No sé… —Y así. Ya estaba por entrar pero simplemente no se iba; hasta que vi a mi papá que venía hacia acá con una bolsa de maíz pozolero en la mano. Antes de que mi papá cruzara la calle le dije:
—Mi papá dice que carbón que traiga a la casa, carbón que mata.
— ¿Y crees que me mate a mí?— pregunto sonriendo. Ya pues los tuve que presentar.
Papi, Ramiro. Ramiro, mi papá.
—Como está señor. ¿Va almorzar?— y lo saludó de mano y toda la cosa.
Quería verse educado pero con ese olor. (Puagh!) Deja tú la finta es lo de menos pero no soporto que un hombre huela mal. Tal vez por eso mismo me encantaba Omar. Olía tan rico… empiezo a distraerme con este recuerdo impregnado de sándalo y le apenas le oigo decir que es comerciante.
Tenía que impresionar a papá, no podía sólo decirle “vendo camisetas en el zócalo” y luego vuelvo con Omar; me gustó eso que dijo Ramiro. Aunque no sea un gran poeta, fue sincero.
Lo cito: “como que sigo pensando en ella porque de alguna forma ella sigue recordándome.
Sigue pensando en mí. Como una especie de conexión” Sí; por eso aun pienso en él, porque él piensa en mí. Suena tan dulce, es lindo pensar en ello. Pensar en él pensando en mí. Omar…
Escucho su voz tímida aparentando ser fuerte al preguntar:
—Me dejaría salir con su hija el sábado. De verdad me gustaría.
Para que vea que mis intenciones con su hija son buenas.
Papá me miraba de un modo imperceptible para él y yo del mismo modo sutil dije que no con un movimiento de cabeza muy bien disimulado. Entonces se oyó la voz dura de mi padre diciendo que no, que estaba castigada. Por suerte yo le había dicho que estaba en quinto por deber una materia. Y así pues no sonó tan mal el pretexto. Lástima. Luego de verse así, rechazado por el papá de la que pretende se excuso para irse. Aunque hay que reconocerle que no salió huyendo en cuanto vislumbro a mi papá como hizo el chino aquella vez.
—Bueno pues yo les dejo. —Explico si pena para retirarse.
—Sí, si un gusto. Adiós. Papá entra primero y cuando doy la media vuelta para cerrar la puerta blanca y metálica, él pasa por donde pueda verlo y me guiña el ojo.
Yo le digo adiós con la mano, le doy alcance a mi papi y le digo:
—Que bueno que llegaste, ya no sabía cómo quitármelo de encima.
Cosa que si el por error oyó seguro se sintió muy desencantado.
En fin, no es mi culpa. Él fue quien quiso acercarse a charlar, él me echo los perros.
Primero indirecta y luego directamente. Yo no lo atraje. O no que yo sepa.
Jamás en mi vida he deseado que mi pareja sea un hipioso y que para colmo huela mal. Muy mal.
No soportaría estar a solas encerrada con él. Este olfato, bendito olfato no se que haría sin él.
Por eso odio estar resfriada.
Y ahora que ya escribí todo esto que me pasó desde un poco antes del medio día y ya pasan de las diez de la noche me pregunto que estará haciendo el. ¿Donde vivirá? ¿De dónde saco el valor para seguirme y hablarme? ¿Será que iba tan enyerbado que no sabía lo que hacía?
¿O los hippies no tienen complejos? Entonces; ¿Como fue así de tardado y tímido con la otra y a mí me tira la onda en cuanto me ve? Cosas de la vida supongo. Bla, bla, bla.
Ay cuanto extraño a Aldo… y a Omar. Y a Alejandro que se parece a Edward Norton.
Si... conexiones... co-existencias |