Bienvenidos a mi Blog

Cada vez iré recordando y escribiendo más. Y el recuerdo es el idioma de los sentimientos, si... Amo vivir así, lacerándome dulcemente... Además parece que me especializo en causas perdidas, las pierdo primero y luego me largo tras ellas como una loca. Igual que Oliveira.
Amo a Julio Cortazár.

viernes, 4 de mayo de 2012

Los adioses son para siempre.


Tom, abrazando el cuerpo de su amada. Ella aun sangra, la herida en el cuello termino con todas sus mentiras. Con la punta de los dedos, como si temiera romperla, acaricia ese rostro que nunca más va a sonreír. Luego, como si ella aun pudiera escucharlo dice con la voz más rota que se haya escuchado jamás:
 —El amor que me diste me dejo solo.

Comienza a llorar. Muchas de sus lágrimas caen en parpados de ella, son como lágrimas trasplantadas y hacen creer que el cadáver llora. Tom la abraza con mucha más fuerza.
Minutos antes Tom vigilaba la escena desde la ventana.
Quería entrar en el momento perfecto. 

Hacer de todo esto una cruzada epica.
Derrotar al dragón que la mantiene en una torre donde le tortura haciéndole creer que la ama.


Ese asqueroso hombre que juega con los sentimientos del mejor personaje que pudiese haber en cualquier libro, la perfecta heroína, según palabras de Tom.
Y entro justo cuando Él salió. 

Vaya valentía.


Ahora Tom está catatónico. 
Le susurra cosas que no entiendo al bello cadáver que tiene entre sus brazos. Lo toco por el hombro y entonces nota que estoy ahí.


Me mira con unos ojos lejanos y vidriosos, entonces me pregunta:
— ¿Por qué no me detuviste?


Yo no sé qué decirle. Le digo que es hora de limpiar todo este desastre.
Pero él parece no escucharme, pues vuelve a hablarle a su doncella inerte.
Luego, tras un minuto de silencio que no me atrevo a romper él se levanta, y dando tumbos se dirige a la ventana con su amada en los brazos. Estamos en un piso alto. Veo sus intenciones de tirarla y lo detengo. Forcejea. 


Y luego cae. Me dice entonces, de rodillas otra vez sobre ella.
— ¿Recuerdas cuando la conocimos? Aquella primera vez que estuvimos con ella.
Le digo que si me acuerdo.


Como iba a olvidarla. 
Recuerdo muy bien lo nerviosos que estábamos.
Recuerdo como Tom quería escapar y solo se topó con una pared. Recuerdo su mano buscando el apagador de luz. Ese miedo infinito que sentía a cada paso que daba.
Esas ganas mías de sacar la navaja del bolsillo y comenzar a cortarle la blanca piel.
—Primera y única y última vez que estuviste con ella.
Le recordé todavía mientras buscaba una sábana para llevárnosla.


Entonces comienza a hablar solo. Dice prácticamente lo mismo que pensé contestarle.
Lo escucho sin mirarlo.
Esa expresión en su rostro da miedo.
Los ojos desorbitados, la sangre sobre su mandíbula desencajada y labio tembloroso. 

Prefiero seguir buscando algo en que envolverla.
Las sabanas de la cama junto a la que cayo están llenas de sangre y semen. No me sirven.
Paso un par de veces junto al otro cadáver. El de Él.
Yace bocabajo. Un charco enorme de sangre se extiende como su sombra.
Merecía todas y cada una de esas puñaladas.
No debió tocar a mi alma jamás.


<<Era de otro, que también la quería. Era de otro que no la merecía>>
Pensé al volver a ver el rostro sin vida de la amada de Tom.


Tom quiere olvidarse de esto.
No quiere cooperar.
Lo amenazo, le digo que cortare su cuello con la misma navaja que corto el cuello de su amada.
Entonces me reta.
Me incita a hacerle daño.
Pero sé que aguantara, incluso le gusta el dolor, así que me dirijo a su amada inmóvil y sacando la navaja que había guardado minutos antes comienzo a hacerle cortes en los muslos.
Tom me detiene exaltado.
Le digo que solo estaba jugando.
Me dice que para jugar está el cuerpo del otro.
Y se pone, frenético, a lamer la sangre que comienza a brotar de los muslos de ella.
Le digo que es patético. 
Exige que lo deje en paz, dice que soy un hijo de puta.
Y prosigue con su labor de vampiro carroñero.


—La amo. —Dice él de pronto.
—La amabas. —Le corregí.
—La amo. —Repitió sin hacerme caso alguno.
Y luego beso al cadáver una vez más.


Me quedó contemplando el cuadro.
Es tan patético.
Pareciera un bufón muy malo.
Y él que quería ser el héroe.
Incluso recordarlo da risa.

Tom como un héroe. Ja.


Esa manera envalentonada y socarrona de entrar en la habitación de ella cuando estaba semidesnuda.
Y en lugar de hacerme caso y follarsela con furia como a ella le gusta, le ofrece algo para que se cubra.
Claro está que ella lo rechaza y le pide que se vaya.
Dice a media voz:
—Él vendrá en cualquier instante. —Y luego le da la espalda.
A Tom no le queda más remedio que cogerla por los hombros,
darle la vuelta y sacudirla al tiempo que le grita:
— ¿Me odias? ¿Me amas? Te hará daño, ¿Quieres creerme? ¿Me dejas salvarte?
Pero no obtiene respuesta alguna, pues ella con sus ojos enormes abiertos como platos solo lo mira sin decir palabra.
Y Tom, furioso, vuelve a la carga.
— ¿Crees que ya no me necesitas? ¿Quieres dejarme? ¿Así es como termina todo?
—Déjame. —Dice ella mirándolo con coraje— Nunca hubo nada. Largo.

Y esto desarma al Valiente Tom.
Yo estoy a nada de soltarle una bofetada cuando entra Él.
Tom casi se muere de un ataque al corazón. Es mucho más difícil de lo que había pensado.
Así que me mira como suplicante.

Yo tomo el control y le ladro a Él que es un hijo de puta y que me voy a llevar a su puta porque es más mía que suya y que se haga a un lado si no quiere salir lastimado. Tomo a la amada de Tom por un brazo, que por entonces estaba viva y tibia, y me dirijo a la ventana. Él no hace nada. Solo se ríe como villano de caricatura.
Ella mira al suelo mientras camina detrás de mí.
Pero Él nos da alcance en un par de pasos y tomándola por el otro brazo me la arrebata.
Tom ruega por que haga algo, entonces saco mi navaja y lo amenazo con ella, le digo:
—Te lo advertí.
Y hago un corte muy rápido en su pecho. Él sonríe como si le gustara, luego le suelta un puñetazo a Tom que estaba ahí nada más parado como un idiota, y cuando Tom se dobla sobre mí mismo le da una patada en la cara.
Comienza a sangrar, y yo me enojo.
Así que en cuanto se me acerca un poco para atacarme le doy una puñalada justo donde le había hecho el corte anterior. 
Ella suelta un grito desgarrador. Lo cual, debo confesarlo, incita a Tom a hacer lo mismo unas veces más.


Él, en el piso, es una presa fácil. Clavamos la navaja una y otra vez en su carne dura.
Y debido al primer golpe no puede ni moverse. Ella viene corriendo hacia nosotros y trata de quitarme de encima del cuerpo de su amado.
Yo me dirijo a esa parte que ella ama de él, y ella adivina mi intención y se queda quieta.
Le digo que si da un paso más voy a cortarlo.
Ella se queda sin saber muy bien que hacer y mientras veo el miedo y la súplica en los ojos de ella, le corto el miembro de un tajo.
Él grita.
Ella también y cae de rodillas.

Tom y yo reímos mientras nos baña la sangre que brota a borbotones de su ahora inexistente hombría. Bueno, existe aún, en mi mano y ya no se ve tan grande. Necesito saber si causa el mismo placer vivo que muerto, así que se me ocurre algo y no puedo evitar sonreír.
Tom sigue apuñalándolo mientras yo me acerco a ella, está pálida.
Tan pálida y pasmada.
Necesita un poco de color, pienso yo, y paso el miembro amputado de su amor por sus labios, enrojeciéndolos con la sangre que aún queda en el.
Ella ni se inmuta cuando le abro las piernas y le introduzco el sexo muerto en su sexo vivo.
Vuelvo a cerrarle las piernas y parece una geisha de lo blanca que está, y los labios rojo sangre. Sangre real, de él, de su amado.
Sonrío al ver mi obra de arte.
Tom se le queda mirando también y deja de apuñalar al otro.
Él, con las pocas fuerzas que le quedan repta hasta ella.
Tom espera a que este muy cerca de ella, y cuando está a menos de dos pasos le clava una última vez la navaja en medio de la espalda.
La estocada final hace sonreír a Tom por primera vez en la noche.

Ella se acerca a Él, llorando, desesperada y resignada al mismo tiempo, y le ofrece su regazo como almohada postrera.
Y de verdad no me esperaba esto.
Pero él se saca la navaja de la espalda y se la ofrece a ella, ella lo mira con amor y entonces se clava la navaja un par de veces en el pecho, como para comprobar el filo y luego se corta la garganta con un tajo lento y profundo. Sonríe mientras lo hace.
Él se baña con la sangre de ella y sonríe también.


Yo no podía creérmelo.
Y no pude moverme, pero Tom de inmediato corrió hacia ella, aparto a Él de una patada y cayo de rodillas sobre un charco de sangre para luego abrazar a su amada que se desangraba con velocidad impresionante.
Las manos de Tom inútilmente trataron de cerrar la herida del cuello, de detener la hemorragia. 



Entonces, como si hablándole pudiera salvarla comenzó a decirle muy de cerca cosas que querían sonar dulces y no terminaron siendo más que líneas patéticas a media voz.
 — ¿Quieres quedarte a mi lado?— decía Tom acariciando la entrepierna bañada en sangre de ella.
— ¿Quieres que encienda la luz? Pregunto luego con voz de loco cuando ella pareció reaccionar a tales caricias entre sus piernas.
Pero ella no dijo nada.
Así que Tom continuo:
—Estas desapareciendo...
Solo veo imágenes de nuestro adiós. Recuerdo cuando solíamos creer que nuestro amor sobreviviría. El dolor que me diste me dejo completamente solo...No puedo creer que todo haya terminado así. No quiero olvidarte. Olvidare tu adiós.
Pero a ti nunca te olvidare. — Besó los labios indolentes de ella.
Acto seguido rompió a llorar.


Y fue aquí donde entraste tú, mientras Tom lloraba abrazando al cadáver y le decía algo a media que yo no entendí. Yo los miraba, igual que tú, sin saber bien donde poner las manos.


Tom decía:
“Adiós, adiós.
En mis sueños veré que los adioses no son para siempre.
Por favor sígueme a las fronteras del destino.
No quiero dejarte nunca.
La novia que cae grita: adiós…
Por favor sígueme a las fronteras del destino”


Abrazó al cadáver una vez más, luego besó sus labios guindas y se levantó tratando de aparentar fortaleza, pero las rodillas no soportaron mucho. Cayó una vez más.
Lanzo sus manos en búsqueda de la navaja culpable de todo, la encontró en medio de un charco de sangre sobre la alfombra.
La guardo en el estuche sin limpiarla. La miro a ella unos segundos más.
Se incorporó, se dirigió con pasos cortos y dolorosos a la ventana.
Y se quedó mirando a la nada.


— ¡Debiste detenerme! —
Grito con todas sus fuerzas antes de lanzarse al vacío.


No pude hacer más que lanzarme tras él.
Somos uno mismo.




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