Hace un par de días, en el camión que me llevaba a la prepa,
vi el ojo más dulce que haya visto jamás. Y no, no era un tuerto ni un emo.
¿Cómo? ¿Dónde? Pues si me tienen un poco de paciencia se los contaré en unos párrafos más.
Bien, pues como sabe todo el mundo, hay una hora de día en que los microbuses se llenan hasta decir basta, la gente empuja, te pisan los pies, los codos de otros se te encajan en los costados, el ruido infernal que lleva el chofer se junta con los gritos terribles de los tripulantes, puedes oler el aliento del de junto y otras cosas más que no quiero describir porque no quiero que se lleven una mala idea de la ciudad de México. En fin, era tarde y por lo mismo monté el micro que me lleva a la prepa en un santiamén, no podía irme caminando, no esta vez. Ya arriba, y al notar que iba llenísimo opte por recorrerme hacia atrás, no quería yo que nadie me estuviese friccionando el trasero “accidentalmente” y que luego se disculparan con una de esas sonrisas que solo tienen los habitantes de estaciudad: de pedir perdón enseñando las quijadas dispuestas a morder en cualquier momento; y pues me recorrí tanto como pude. Termine en medio de una señora bajita (tenía 3 lunares) de esas que se cortan el cabello como si fueran hombres y se lo tiñen como si fueran trabajadoras de Tlalpan, y un tipo de traje, de esos que los trajes los hacen verse ridículos,(que tenía tan solo en la cara 7 lunares) que apestaba a colonia barata y llevaba unos audífonos color mírame-a-huevo y marca comprados-en-Tepito. Y sé cuántos lunares tenían porque tengo una manía muy curiosa: ando contando lunares por todos lados, o al menos los visibles, y es bien raro, pero la gente en está cuidad tiene lunares hasta para aventar pa’rriba, y yo solo tengo 3 en todo el cuerpo, y para contármelos no tienes siquiera que desnudarme.
En fin, para entretenerme en algo seguí mirando a los tripulantes de la nave mexicana, y me preguntaba a mí misma: ¿Cómo pueden ser tan feos?Y ya no me sorprendió que los estudiantes (que van a la prepa igual que yo) fueran sentados y las ancianas, las pobres ancianitas, fueran de pie. ¡Sí! de pie las señoras, las pobrecitas señoras que van a la clínica 32 que se encuentra un poco antes de la prepa. Es sumamente normal, en esta ciudad, llegas a aceptar como algo cotidiano esta falta ya no de amabilidad, sino humanidad para con las pobres viejitas.
Quizá por lo mismo nunca tomo el ruta 13, porque me dan lástima esas viejecitas, y no quiero des-humanizarme, pero en este día yo llevaba prisa y tome el pesero y aquí me tienen.
El sol me daba en la cara, y aburrida de mirar por la ventanilla como si viera algo, dirigí mí mirada a la puerta trasera del microbús con la intención de contar lunares en los antebrazos y en eso, tan repentinamente, tan mágicamente, mis ojos se fijaron en uno de esos pasajeros que no vuelves a ver en toda tu vida.Era un pasajero parado junto a la puerta, no muy alto (y yo sufro mucho cuando veo a un tipo guapo y enano) con una piel apenas mancillada por el sol, es decir era blanquito el wey. Y sobre todo me encanto su cabello largo y castaño que brillaba con reflejos dorados gracias a la luz que provenía a raudales de la ventanilla, me fascino su perfil tan fantásticamente griego y tan poco azteca y me extasío esa parábolarasgada que perfilaba su manzana de adán, y ya me imaginaba mordiéndolacuando el susodicho sintió mi mirada sobre sí y giro la cabeza hacia donde yo estaba, y esa misma luz que hacia brillar sus cabellos hizo brillar su ojo como si se tratase de una fuente de miel.
Y digo ojo porque solo alcancé a ver uno de esos maravillosos ojos, el otro me lo tapo la cabeza de algún otro pasajero enano al cual odiare por el resto de mi vida. ¡¡¡Muere hijo de Cuitláhuac!!!
Al mismo tiempo que bueno que solo vi uno, porque muy raras veces veo algo hermoso en esta ciudad y es tanta esa repentina belleza que yo no sé dónde fijar la vista para sacar la foto mental. Pero eso, como sabrán, es defecto de mí mirada que perdí un día y jamás volví a encontrar. No sé bien si la perdíen sus ojos negros, o entre sus piernas, o aquella vez que lo vi por vez primera completamente desnudo. O quizá aquella vez en la oscuridad que yo…
Pero en que iba… Ah! Sí, yo me quede impactada con la visión de ese ojo, ese maravilloso ojo color miel, que era como una tarde de verano, de esas en que todo brilla con un resplandor dorado especial. Supongo que tenía la boca abierta como si contemplara una obra de arte en medio de un tiradero, y lo supongo bien, porque le vi esbozar una sonrisa con esos labios ni tan finos ni tan gruesos y en ese instante ese preciso y precioso instante en que seguro la luz del sol hacia lucir mis pestañas azules y mí cabello rojizo aparté la mirada un tanto avergonzada.
Seguí viendo la ventanilla como si tal cosa, pero, en realidad, lo único que quería mirar era de nuevo ese ojo, y de ser posible ambos ojos, mirarlos brillar con la misma intensidad, aunque no pueda decidir cuál es más hermoso para clavar en el los míos.
Mirando por la ventanilla noté que estábamos ya a menos de una cuadra de la prepa, mire hacia la puerta una vez más y note, atónita, que el pasajero de ojos de tarde de verano no se había bajado aun. Entonces, con el corazón latiéndome como perro furioso, y decidida a seguir un impulso estúpido que me ordenaba con voz de súplica “bésalo” me abrí paso entre los aztecas que nos separaban; y que ya no eran muchos pero hacían que avanzar dos pasos usara el esfuerzo necesario para avanzar veinte. O así lo sentí yo.Y cuando llegue a él yo… yo… juro que lo habría hecho de no ser porque en ese instante mismo llegamos a la parada y bajo como un relámpago sin siquiera esperar a que el micro se detuviera por completo. Salió despedido y casi lo arrolla un taxi. Yo baje después de unos cuantos y cuantas, resuelta por lo menos a seguirlo para averiguar si iba a la prepa o a cualquier otro lado. Imaginen cual fue mi sorpresa al verlo dirigirse a la prepa, y mayor mí sorpresa al verlo caminar como un loco maniático apresurado por el camellón que divide la calzada del hueso en dos sentidos. ¡Oh por dios mío! Exclame yo con tono teatral, y apretando el paso para darle alcance, cosa que por supuesto no sucedió ya que él iba como bólido por el camellón y yo como atontada por entre la multitud que camina lentísimo.
Lo inaudito aquí es que ni siquiera me di cuenta de la gente que me rodeaba, por primera vez en cinco años que llevo en esta ciudad no advertí a los monstros que me asediaban amenazantes.
Lo único que veía era su guitarra desdibujándose con prisa en el horizonte.
Llegue a la prepa en trance, casi jadeando y me encontré con mis compañeros con los que tengo un proyecto cinematográfico. Ellos estaban cerca de la puerta de entrada, y con la esperanza debida les pregunte atropelladamente si no habían visto pasar a un muchacho con ojos de tarde de verano.
Al ver que no tenían ni puta idea de lo que hablaba se los describí brevemente: no muy alto, blanquito, delgado, pelo largo hasta por aquí —incluso señale hasta donde usando mí cara como muestra— y castaño claro, ojos miel, vestía una playera guinda, llevaba una guitarra.
Obvio que no vieron nada, aquí nadie es tan observador(a) como yo.
Se quedaron mudos y me preguntaron porque le buscaba, entonces, en lugar de decir que me encantaron sus ojos lo pensé un momento, y pensé en la descripción que recién había dado, entonces me di cuenta de que estaba describiendo a mí amado argentino: Leandro.
Y por supuesto que se los dije “es que se parece un infinito a Leandro” cosa que no les importo en lo más mínimo, pero a mí en lo personal, me hizo darme cuenta de porque caí tan fácilmente ante el embrujo de esos ojos de dulzura incomparable. De esos ojos de tarde de verano.
Así pues, pase el resto del día buscándolo ávidamente por la prepa, quería ver a mí avatar de Leandro en la prepa, aunque no fuera el mismo era él.
Y por un momento eso bastaba.
O eso pensé
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Hola... si ves esto
realmente algo movió en tu interior
me alegra que haya sido asi,
Y puedes decirme lo que quieras